En el 2021, una de las recomendaciones más eficaces para evitar que los médicos se contagien del Covid-19 es el uso de mascarillas, protectores faciales y trajes especiales que hacen del profesional de la salud un astronauta.
Pero esta no es una idea nueva; por ejemplo, cuando la peste negra asoló Europa, en 1347, y que mató a 200 millones de personas, los médicos iban cubiertos de pies a cabeza con una larga y negra túnica, y usaban una excéntrica máscara en forma de pico de pájaro.
Este original atuendo era para proteger al galeno, ya que se creía que la peste también se contagiaba por el aire que exhalaban los enfermos, los facultativos de la época, llenaban esas máscaras de largo pico con una mezcla de 55 hierbas, polvo de víbora, canela, mirra y miel, pensando que su forma alargada y picuda, daba al aire el tiempo suficiente para filtrarse con este salvador compuesto, antes de que el aire contaminado llegue a las fosas nasales del médico.
Pandemias en la historia
Pandemia, cuarentena, epidemia, peste, contagio, plaga, azote, flagelo, infecciones, protocolos, vacunas, etc., han sido las palabras más comunes que afloraron tristemente con mayor frecuencia durante el 2020-2021, y quiera Dios, pronto se dejen de pronunciar con la misma frecuencia.
Las pandemias han sido un elemento que transformó la historia de la humanidad. A través de diversos episodios, enfermedades de todo tipo se han propagado causando tortuosos procesos. Aquí algunos de los más importantes que han sacudido a nuestro planeta cual incontrolable tsunami que arrasa poblaciones enteras.
La peste antonina
En el año 165, el Imperio Romano, bajo la dinastía Antonina ocupaba los territorios de casi la totalidad de Europa, el norte de África, y gran parte de Medio Oriente. El emperador por entonces Marco Aurelio Antonino, “El Sabio”, terminó años más tarde una de las víctimas de la letal plaga.
Según registros históricos, 5 millones de personas perecieron a causa de esta peste, que exterminó por igual a amos y esclavos, así como diezmó al poderoso ejército romano obligándolos a frenar su expansión y a firmar la paz con varios enemigos y reclutar en el ejército a esclavos, mercenarios y hasta delincuentes. Además de las muertes, Roma sufrió terribles daños sociales, económicos y culturales.
El origen de la Peste Antonina, que asoló el imperio Romano entre los años 165 y 180 d.C., dio lugar a diversas teorías y leyendas sobre su origen. Algunos, aseguran que comenzó en Seleusis (Irak), cuando las tropas de Cayo Avidio profanaron un templo dedicado al dios Apolo y, al abrir un cofre en busca de tesoros, salió de allí un misterioso vapor que dio comienzo a la mortífera pandemia.
El temible brote de la pandemia Antonina era combatido en aquel entonces por un médico y filósofo cuyo nombre sería, siglos más tarde, sinónimo de la medicina: Galeno de Pérgamo. Él, describió los síntomas de esta enfermedad, en la que aparecía un sarpullido de color negro o violáceo que: “después de un par de días se secan y se desprenden del cuerpo, pústulas ulcerosas por todo el cuerpo, diarrea, fiebre y sentimiento de calentamiento interno por parte de los afectados”.
Sin embargo, para paliar la peste, los romanos imploraban a sus dioses, y culparon de la peste a los cristianos a los cuales arrojaban a los leones en el Coliseo romano. Y a pesar de las investigaciones de Galeno, el arma que usaban los romanos contra la plaga era solamente la superstición.
Los estafadores se multiplicaron y vendían oraciones sanadoras o amuletos. Un falso profeta conocido como Alejandro, vendía una oración para escribir en las puertas de las casas, a modo de máxima protección.
Justiniano y su plaga
En el año 541 d. C. cualquiera que entraba a la ciudad de Constantinopla, capital del Imperio bizantino o del Oriente, lo más probable era que nunca más volviera a salir. Una enfermedad nueva avanzaba de manera fulminante y en cuestión de semanas los muertos pasaron de 5,000 a 10,000 por día. Se paralizó el comercio, desaparecieron miles de campesinos, la economía colapsó, y el emperador Justiniano, en su desesperación, hacía que los pobladores no sólo pagaran sus impuestos sino también el de sus vecinos muertos.
Al final de la pandemia, Constantinopla, de 800,000 habitantes, había perdido más del 40% de la población y en todo el imperio romano del Oriente, aproximadamente 4 millones de personas murieron. La enfermedad siguió expandiendo sus nefastos tentáculos por otras partes de Europa, Asía y África, y se estima que perecieron entre 25 y 50 millones de seres humanos, es decir, entre el 13 y el 26% de la población mundial estimada en el siglo VI.
Historiadores bautizaron a la pandemia con el nombre del soberano del Imperio romano de Oriente, Justiniano, quien también se contagió de la plaga, pero milagrosamente, logró sobrevivir.
La peste negra (bubónica)
La Plaga de Justiniano y la Peste Negra, que acabaron con la vida de cientos de millones de personas, eran diferentes cepas de una misma epidemia.
Los investigadores se preguntan ahora por qué una pandemia tan fuerte como la plaga de Justiniano se extinguió y reapareció con otra variante 800 años después.
Esta terrible y mortal enfermedad afectó a Europa, Asia y África por 6 años entre 1347 y 1353, ocasionando la muerte de más de 200 millones de personas. Es así, que despobló ciudades enteras y atacó por igual a mendigos que a miembros de la nobleza.
Años después se descubrió que el origen de la peste era una bacteria llamada “Yersinia pestis”, que afectaba a las ratas negras –de ahí el nombre de la enfermedad– y se transmitía a los seres humanos a través de las picaduras de las pulgas que vivían en esos repugnantes roedores.
Lo que les sucedió a los gatos fue una decisión más que equivocada y espantosa: el pánico de la población por la peste bubónica, sumado a la creencia religiosa de que los gatos eran entidades malignas o hijos del demonio que contribuían a la proliferación del mal, hizo que fuera común la quema de estos felinos y, eliminado el enemigo natural de las ratas, estas aumentaron en número llevando la enfermedad a más y más lugares.
La viruela
A lo largo de la historia su manto mortal ha cubierto el mundo en múltiples ocasiones. En la Europa del siglo XVIII unas 400,000 personas morían cada año y un tercio de los que lograban sobrevivir quedaron ciegos.
Por su lado, los conquistadores españoles no solo trajeron a América su interminable codicia, sino que también llegó con ellos la viruela que azotó brutalmente a la población indígena.
El inca Huayna Capac murió víctima de la enfermedad y el Imperio del Tahuantinsuyo, que antes de la llegada de los europeos contaba con 14 millones de habitantes, a mediados del siglo XVIII era habitado por solo millón y medio.
Se calcula que, en los últimos 100 años de su existencia, la viruela mató a unas 500 millones de personas. El último caso en el planeta, registró oficialmente por la OMS, en el año 1980.